miércoles, 24 de mayo de 2017

Cuidar a quienes cuidan

Que la vida es muy dura, lo sabe Rafael Tarsicio López (@RafaTarsicio) en primera persona. También en primera persona conoce que en nuestras manos se encuentra la diferencia. Por eso protagonizó la conferencia principal con la que el Área Sanitaria III celebró el 12 de mayo de 2017 el Día Mundial de la Enfermería.
Foto: Marieta

Su mujer murió tras el nacimiento de su hijo con una enfermedad crónica. ¿Cómo marcó eso su vivencia de la enfermería?
Muchísimo. Yo era un enfermero muy joven, apasionado con las técnicas. Como decimos en el sur, muy cañero. Mi hijo ingresó en la UVI de Neonatos donde yo trabajaba y mi mujer murió en la UVI en la que ella trabajaba, en Talavera de la Reina. Todos nuestros cuidados no sirvieron para salvarle la vida. Fue un momento muy duro. Entonces decidí no trabajar más. Podía vivir con mi pensión de viudedad y cuidar al pequeño, que lo necesita. Fueron momentos muy duros.
Pero sigue en activo. ¿Qué pasó?
Bueno, ya no cuido a la gente. Cuido a los que cuidan a las personas. Después de la muerte de mi mujer decidí regresar a Huelva, a mi tierra, con mis padres. Se había convocado un concurso y logré la plaza, pero pedí la excedencia maternal.
¿Qué sucedió?
Catalina Barrientos, que entonces dirigía el Hospital Juan Ramón Jiménez, me la negó y me pidió que trabajase. Me dijo que no podía cuidar, podía cuidar a los que cuidaban. Acepté, pero le dije que quería libertad. Descubrí la gestión y comencé a aplicar lo que había vivido.
¿Por ejemplo?
En Talavera había acompañado a mi mujer todo el tiempo en la UVI. Pero era una excepción por ser personal sanitario. En el Juan Ramón Jiménez, sólo dejábamos que los padres estuviesen cinco minutos en la UVI de Neonatos. La abrimos de forma permanente.
¿Qué sucedió?
Cambió la forma de trabajar, porque tenías a los padres ahí, auditándote permanentemente, cambió la relación con las familias. Lo que antes eran quejas se convirtieron en elogios. Después elaboramos un plan de humanización para el área pediátrica y, a los tres años, recibíamos el premio nacional al hospital optimista. Seguimos haciendo lo que sabemos, que es cuidar a los niños, pero las relaciones personales han mejorado.
Usted reivindica la misión del enfermero como cuidador. ¿Se ha perdido?
No. Cuando tenía 16 años y no sabía qué estudiar, una vecina me dijo que si quería ver puntas de narices, que estudiase Medicina, pero si quería cuidar a personas, que fuese enfermero. Eso está en todos. No somos enfermos por prestigio social, por dinero o por las vacaciones. Nos fascinó el avance como profesión, el avance científico y olvidamos la esencia, pero sigue ahí.
Su planteamiento implica riesgos emocionales para la Enfermería.
Muchas veces, al atender al paciente apagamos el botón de la empatía para no generar emociones. Es necesario saber gestionar las emociones de cada uno. Aunque eso es trabajo de los gestores.
¿Cómo hace usted?
Es necesario saber escuchar a la persona. Cada uno necesita una atención diferente. Si le gusta la investigación, apoya a esa persona, dale facilidades; otros quieren más facilidades para compaginar su vida profesional y personal. Hay que darle la respuesta adecuada.
Dijo que no le gusta el término humanizar.
Me chirría. Pero lo uso porque si no me riñen. Trabajamos con humanos y nuestra realidad es que somos personas tratando a personas. En Pediatría es más fácil verlo que con los pacientes adultos.

Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 12 de mayo de 2017

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