martes, 14 de octubre de 2014

Gastar mejor para hacer más

La colaboración entre la atención especializada y los centros de salud es un campo donde cada vez hay más noticias. La dispersión de la red de Atención Primaria complica cubrir ese campo, pero no impide que sea un foco de buenas noticias, como esta que habla de la colaboración para mejorar el seguimiento a los pacientes diabéticos. 


Desde la izquierda, parte del equipo del Centro de Salud de La Magdalena que ha hecho posible el proyecto, Amalio Fernández, José María López, Antonia Mogollón, Josefina Colao, responsable de enfermería del centro, José Cachón, coordinador del centro, y Víctor García. / MARIETA



El Centro de Salud de La Magdalena de Avilés ha aplicado con éxito el control con retinografías a pacientes diabéticos en la fase piloto de un programa que se aplicará al área sanitaria. Su objetivo final es mejorar la asistencia médica a un colectivo de enfermos que, por causa de la retinopatía, sufren con frecuencia una pérdida de la agudeza visual que puede llegar a causar ceguera.

La doctora Victoria Abelairas, jefa del servicio de Oftalmología en el Hospital San Agustín, destaca que cada cinco años se duplica la incidencia de la diabetes. En Avilés alcanza los 11.500 pacientes. De ellos, el 35% sufre retinopatía diabética, entre el 4 y el 6% retinopatía diabética proliferante y del 1,4 al 7,9% edema macular diabético.

No existen diferencias en su incidencia por sexos y es mas frecuente en pacientes en mayores de 79 años, con las dificultades que siempre supone para una persona de avanzada edad la pérdida de visión. La compra de un retinógrafo portátil, con una inversión de 18.000 euros por parte del Servicio de Salud del Principado de Asturias (SESPA), y la existencia de una sólida red informática entre Atención Primaria y el especializada permitió poner en marcha este programa de cribado para detectar precozmente la existencia de problemas visuales en estos pacientes.

Primero, en La Magdalena

Para ponerlo en marcha, desde la gerencia del Área Sanitaria III se pensó en el Centro de Salud de La Magdalena como el lugar adecuado para realizar una experiencia piloto. Varias razones apuntaban a ello.
Por una parte, ya contaban con una experiencia previa hace cinco años en la realización de retinografías. Además, con una cobertura de 20.000 personas y dos consultorios periféricos (La Carriona e Illas), en él se reflejaban todas las realidades de la comarca, tanto en el ámbito urbano como rural. Cuenta, además, con un equipo sólido, con lo que era más fácil impulsar una propuesta de este equipo. Los pacientes de los consultorios debieron desplazarse hasta el centro de salud.
La experiencia piloto se aplicó durante los dos meses y medio del pasado verano. Previamente, médicos y personal de enfermería recibieron una formación específica tanto de oftalmólogos del Hospital San Agustín como del personal de la empresa a la que el SESPA compró el retinógrafo portátil.
Hoy en día sólo puede entender la medicina como un trabajo en equipo. Por eso, junto con la formación del personal sanitario, los administrativos del centro de salud jugaron un papel fundamental para el éxito del programa.
José Cachón, coordinador del Centro de Salud de La Magdalena, asegura que «el trabajo del área administrativa fue clave. Sin ellos y una buena organización del equipo no lo hubiéramos logrado». Y es que a las administrativas no sólo les correspondió la tarea de citar a unas 600 personas en un margen de dos meses y medio.
«No fue sencillo. Había que llamarles, explicarles de que se trataba y cómo era la prueba. Era la primera vez que se hacía y no sabían de qué se trataba. Había que explicarles que no existía ningún problema. En la próxima ronda, será todo más sencillo porque la mayoría ya sabrán de que se trata», explica Antonia Mogollón, del área administrativa del Centro de Salud de La Magdalena.
Estos 600 pacientes representan el 80% de los diabéticos atendidos en La Magdalena. «Se excluyó a personas que ya se encontraban atendidas por el Hospital San Agustín o habían realizado la prueba hace poco tiempo; también a los diabéticos cuyo diagnóstico era reciente y no existe el riesgo de retinopatía», detalla Cachón.
Fueron los enfermos del Centro de Salud de La Magdalena los que se encargaron de realizar la retinografía, una fotografía digital de la retina. Posteriormente, los facultativos la estudiaban.
«Hacer la retinografía es sencillo. La mayor dificultad es que muchos pacientes son personas mayores y no les resulta sencillo quedar con el ojo quieto a una persona de 80, de 94 años como nos ha sucedido», explica José María López.
En esta primera serie, no faltaron anécdotas, como la vez en que la pantalla donde se ve el resultado aparecía lo que López define como «una especie de lagarto verde».
Era algo que nunca se había comentado en los cursos de formación. Así que no dudó en avisar urgentemente al médico Víctor García. «Había caído un poco de baba del paciente anterior en la cámara, así que limpiamos la lente y la prueba se hizo sin problemas. Pero era algo que nunca nos habíamos planteado y comenzamos a hacer desde entonces», recuerda García.
Sin molestar a los pacientes
Los médicos del Centro de Salud aprovechaban sus reuniones de equipo de cada viernes para comentar las pruebas. «Mantenemos estos encuentros desde hace muchos años y siempre han ayudado a todo el equipo», asevera el doctor Cachón.
Una vez realizada la prueba, a través de internet, los médicos del Centro de Salud estudiaban el resultados. Al Hospital San Agustín se enviaban sólo las pruebas con problemas, cerca de un centenar. De ellas, sólo 16 (el 2,6%) necesitaron un tratamiento específico.
Esta fase del proceso se hacía de forma interna, sin molestar a los pacientes. Es decir, los oftalmólogos del Hospital San Agustín analizaban las retinografías y confirmaban o no el diagnóstico. En caso positivo, se citaba al paciente desde el San Agustín para iniciar el tratamiento.
De esta manera, la Atención Especializada alcanzaba un seguimiento impensable hasta la fecha y, los pacientes, accedían al diagnóstico de una forma mucho más rápida y precoz.
Los profesionales de Atención Primaria, sobre los que recae un parte fundamental en la atención al enfermo diabético, también se benefician de este programa. «El seguimiento de los problemas en el ojo siempre era muy complicado y ahora resulta más sencillo», explica José Cachón.
Después de La Magdalena, el equipo estuvo en Cudillero y, la semana pasada llegaba al Centro de Salud de Piedras Blancas. A él también irán algunos de los integrantes del equipo de La Magdalena para compartir su experiencia.
El retinógrafo seguirá rotando por todo el Área Sanitaria hasta regresar a La Magdalena en el plazo de año y medio o dos años. «Cuando no existen lesiones, la prueba se debe repetir cada dos años. En el momento de que se ha detectado la retinopatía, ya es atendido por Oftalmología», explica el doctor Víctor García.
De esta manera, a lo largo de 2016, el Centro de Salud de La Magdalena volverá a organizar su cribado a los pacientes. «Al saberlo, ya podremos avisar a los pacientes previamente en la consulta y estará todo mucho mejor organizado», destaca Antonia Mogollón.

Reducir la lista de espera en 1.000 personas

El servicio de Oftalmología del Hospital San Agustín destaca la importancia de la puesta en marcha de este cribado que llega a la comarca después de unas primeras experiencias en el Área Sanitaria I, Jarrio, y en Gijón, entre el Centro de Salud de La Calzada y el Hospital de Jove. «Hemos contado con el protocolo elaborado por el Servicio de Salud del Principado (SESPA) y lo hemos adaptado a las circunstancias de nuestra Área Sanitaria», explica la doctora Victoria Abelairas, jefa del servicio de Oftalmología en el Hospital San Agustín.
La doctora Abelairas destaca la importancia de la combinación de la telemedicina con la coordinación entre Atención Primaria y especializada para mejorar el tratamiento a los pacientes diabéticos. «El objetivo es mejorar el diagnóstico precoz, evitando que se produzcan casos con una pérdida importante de agudeza visual. Hoy en día, disponemos de los tratamientos para ello, siempre que se traten de forma precoz», comentó.

Dentro del Hospital San Agustín, los oftalmólogos Juan Barbón y Candi Viña asumen el seguimiento y control de los casos de retinopatías diabéticas. Son ellos los encargados de impartir los cursos de formación al personal de Primaria, tanto de enfermería como facultativos. Los cursos vienen a durar 2,5 horas cada uno, explicando tanto la realización de las pruebas como su interpretación.
«Estamos muy satisfechos con los resultados. Todo el mundo se está implicando mucho», comenta Juan Barbón. El médico también destaca la calidad de las retinografías enviadas. «Lo normal es que remitan al Hospital entre un 7 y un 15% de pruebas dudosas. Y en esta primera tanda hicieron un 16%. Es un dato muy bueno. Luego se comentan las pruebas, con lo que se seguirá aprendiendo».
Barbón destaca la importancia para el servicio de Oftalmología, uno de los que tiene más presión asistencial en el centro, este programa. «Nos permitirá atender a entre 1.000 y 2.000 personas, que saldrán de las listas de espera. Presenta muchos beneficios para todos, comenzando por el paciente, que tendrá mucho mejor controlada su evolución», concluye.


Artículo publicado en La Voz de Avilés el 14 de octubre de 2014





lunes, 3 de marzo de 2014

Elogio del celador

Con frecuencia, escribir de sanidad es hacerlo de médicos y enfermería; de mejoras en los tratamientos y de nuevas enfermedades, de los retos de la gestión... Pero también existen estamentos que forman una parte imprescindible en la gestión sanitaria y que sólo se notan cuando no están. O lo hacen mal. Los celadores son uno de ellos. Así surgió este reportaje.

Celadores del Hospital San Agustín. Foto: Marieta

Cierre los ojos. Imagine el Hospital San Agustín sin celadores: ¿quién llevaría los enfermos desde Urgencias a las unidades de hospitalización? ¿O en el propio servicio de Urgencias? ¿Cómo se adaptaría la mesa del quirófano para una determinada operación? ¿Cómo llegarían los medicamentos a las plantas? ¿O la correspondencia? Imagine, ahora un centro de salud sin personal subalterno. ¿Quién se encargaría de que todo estuviese listo a primera hora? ¿Qué profesional trasladaría al paciente impedido?
Son algunas de las funciones que ejercen los celadores o personal subalterno en el Área Sanitaria III, en total 107 profesionales distribuidos entre atención primaria y especializada, con una misión sencilla pero, al tiempo, fundamental de apoyo a la actividad administrativa y sanitaria.
Y allí, entre ambos mundos, se encuentran estos profesionales que, en ocasiones, resulta difícil de distinguir entre todo el personal de los centros de salud.
«Ellas suelen ser enfermeras; a nosotros nos suelen confundir con médicos», comenta Antonio Saavedra, celador desde 1986 y que actualmente trabaja en el retén del Hospital San Agustín, el equipo encargado de la asistencia a las plantas del centro. Y es que, ante muchos usuarios, estos profesionales suelen pasar desapercibidos. No es por la falta de contacto, pues desde la entrada por Urgencias es uno de los estamentos que más tiempo pasan en contacto con el paciente. «En el centro de salud, terminas siendo como uno de la familia; incluso algunas personas, especialmente mayores, te llaman cuando llegas para que las saludes», comenta Antonio Rodríguez Domínguez, 'Tony', celador desde 1991.
«Una vez en el quirófano, preparando una cesárea, la chica me cogía de la mano y me decía que no me fuese. Allí estuve hasta que la sedaron», recuerda Montserrat Pire, celadora adscrita al servicio de quirófano que, además del traslado de pacientes, se encargan de aspectos como adaptar la mesa a las características de la intervención.
«Lo que más me gusta es el contacto con el paciente», afirma Carmen Herrero, celadora en el Servicio de Urgencias, donde reciben el enfermo y los trasladan al triage.
Relación con los pacientes
Si en algo coinciden los celadores con quienes conversó LA VOZ DE AVILÉS es que la relación con los pacientes es la dimensión más importante en su actividad, sencilla pero sin la que el sistema se atascaría. «Lo que hacemos parece sencillo, pero aportamos calidad y calidez a nuestro trabajo. En el tiempo que llevo de celador, veo que el 90% de los compañeros hacen un trabajo admirable, comprometidos con el paciente», asegura Antonio Rodríguez Domínguez, 'Tony ', celador en el Centro de Salud de Villalegre- La Luz y que trabaja como tal desde 1991.
Por eso no es de extrañar que, de forma periódica, los celadores participen en los cursos de formación, tanto del Servicio de Salud del Principado de Asturias como del Instituto Adolfo Posada. Los cuatro reconocen una voluntad de mejora permanente en su trabajo.
Ellos son cuatro de los 129 celadores del Área Sanitaria III y sus palabras buscan reflejar el día a día de un colectivo repartido entre Atención Primaria y el San Agustín. Se trata de un estamento donde la presencia de la mujer es mayoritaria, ya que representan hasta el 80% de la plantilla.
En Primaria, los subalternos se reparten entre los centros de salud. Tan sólo el consultorio de Llaranes cuenta con un celador por la densidad de población que atiende.
El número de celadores en el Hospital San Agustín varía en función del día: 79 los días laborales y 43 los sábados, domingos y festivos. Se distribuyen por todo el hospital, desde el retén que atiende a las unidades de hospitalización al correo interno, almacén general, consultas externas, Anatomía Patológica o Urgencias.
«El trabajo en Urgencias es mucho más variado y es uno de sus atractivos. En las plantas se encuentra todo más protocolizado», comenta Carmen Herrero.
«El trabajo en Primaria coincide con el Hospital en el trato directo con el paciente. Al ser un centro más pequeño, terminamos haciendo de todo. Desde encargarnos de que el centro esté listo a primera hora a trasladar a los pacientes», asegura Tony.
Una actividad intensa y donde las relaciones personales resultan más importantes de lo que puede pensar. «El buen ambiente es fundamental. Trabajamos con grandes profesionales que, además, son grandes amigos, como se ve en las despedidas por una jubilación o en algunos momentos en los que se relaja la actividad», comenta Saavedra. Esa empatía no sólo se produce entre los celadores, también con facultativos y resto de profesionales que saben que en ellos encuentran valiosos colaboradores.
«En un centro de salud, el celador es el único profesional que está en relación con todos los equipos y, de esa manera, sirve como unión entre ellos», comenta Antonio Rodríguez.
Las dimensiones del Hospital y su propio ritmo hacen imposible esa función; pero ello no impide que su trabajo supere los límites del Estatuto del Celador de 1971. «Ahora, tenemos el triage para ordenar la atención a los enfermos; pero cuando llega un paciente muy grave siempre procuramos avisar a las enfermeras», asegura Carmen Herrero.
«El trato con el paciente es muy importante. Intentamos tranquilizarles y darles apoyo emocional, nuestro trato es más personal. Recuerdo que una vez, un paciente, me pedía que no le hiciera de reír más porque le dolía la herida», asegura Pire. «A veces no podemos pasar más tiempo con el paciente porque tenemos más trabajo», comenta Saavedra.
Esa situación también se vive en Primaria. «En más de una ocasión, hemos visto como un paciente se desmoronaba en el mostrador y se ponía a llorar; íbamos con él a un lugar con más discreción y hablamos, y nos contaba cosas de una enfermedad o de su vida que no sabíamos», recuerda Antonio Rodríguez.
Ese cercanía con los pacientes también les convierte en testigos privilegiados de momentos tan duros como es la muerte. «La enfermedad de niños y los accidentes de tráficos con jóvenes es lo más duro. Una vez, me impactó tanto uno que no estuve tranquila hasta que supe que mi hijo estaba bien», recuerda Carmen Herrero.
Antonio Saavedra asegura que «nunca olvidará» una guardia en el Materno Infantil donde, sin avisarle, llegaron en un coche con un niño atropellado, totalmente ensangrentado. «Lo pusieron en mis brazos y salí corriendo buscando un médico a gritos. Era un niño de 5 años, un coche lo había pasado por encima; terminó muriendo», resume.
La situación no cambia mucho en Primaria. «Lo más duro es la enfermedad de un compañero, de un familiar; la muerte de un niño; cuando vivimos el proceso de una enfermedad en una familia», asegura Tony. Todos coinciden que «con el tiempo, te acostumbras a estas situaciones; aunque cuando te tocan más de cerca por ser un familiar o un compañero te siguen impresionando». Antonio Rodríguez señala que «solemos hablar mucho entre nosotros y también es algo que nos ayuda».
Aunque a veces pasan cosas sorprendentes. «Una vez, entré en una habitación y tropecé con un paciente. Pedí disculpas, pero ni se inmutó. Dije al compañero de habitación: menudo sueño más profundo tiene. Al rato, me llamaron para una autopsia y cuando lo vi en la mesa de autopsias creí morir», comenta Montserrat Pire.
Más allá de la anécdota de confusión con médicos o personal de enfermería, los celadores lamentan que apenas sean reconocidos como tales por los usuarios. «Los pacientes ingresados valoran nuestro trabajo positivamente, pero luego, cuando lees las notas de agradecimiento, nunca aparecen los celadores», comenta Montserrat Pire, «sólo recuerdo un caso que citaba expresamente a los celadores».


Artículo publicado en La Voz de Avilés el 3 de marzo de 2014